Educación para la salud: El eje hormonal (I)
Una de las preocupaciones que manifiestan las familias cuando comienzan un tratamiento de reproducción asistida es el miedo a equivocarse con el manejo de la medicación. Plumas, jeringas, viales, ampollas, FSH, “orangután”, son “palabros” nunca escuchados que de repente se hacen cotidianos.
El objetivo, cuando trabajamos con las familias el manejo del régimen terapéutico, es doble, por un lado tenemos que conseguir que no haya errores en la administración de los medicamentos, pero también tenemos que conseguir disminuir al mínimo el estrés y la ansiedad asociados a esta extraña situación.
Para ambos objetivos existe una herramienta común, el conocimiento. Un programa de educación para la salud (EpS) debe incorporar información accesible para las personas que reciben el programa, y por eso hoy vamos a dejar el diccionario de medicina a un lado y vamos a contar un cuento.

El cuento del eje hipotálamo-hipófisis-ovario
Había una vez, en un pueblito de Salamanca, un curilla que quería que su pequeña iglesia se llenara de feligreses, pero que no conseguía que vinieran más de dos o tres señoras. Él se daba cuenta de que el sacristán, que era un viejito arisco y medio ciego, tocaba la campana para llamar a misa, pero que enseguida se bajaba del campanario y cerraba las puertas de la iglesia. -¿Se estarán quedando feligreses fuera?- se preguntaba el curilla. Un día le dijo al sacristán. -Creo que tocas las campanas muy poco rato, si tocases más tiempo igual podía llegar el sonido a gente que se encuentra más lejos, también me he dado cuenta de que en cuanto entran dos o tres personas bajas corriendo a cerrar las puertas. El sacristán le contestó, – Padre, me preocupa que la iglesia se llene y que la gente se tenga que quedar de pie, y como soy medio ciego, en cuanto escucho el crujir de las tablas pienso que ya está la iglesia llena. El curilla, viendo que el sacristán no tenía arreglo decidió buscar una solución para reunir a más gente en la iglesia. Entonces hizo una hoja dominical explicando los horarios de las misas y la repartió entre la gente del pueblo. Pasó entonces que el sacristán comenzó a tocar a misa, y muy rápidamente se había congregado una pequeña multitud. El sacristán, al escuchar el ruido de las pisadas, bajó los escalones del campanario de tres en tres y cerró las puertas. El curilla estaba muy contento porque ese día en misa ya no eran dos o tres, sino casi una decena de personas, pero al salir de la iglesia se dio cuenta de que afuera se habían quedado otras tantas personas que no habían podido entrar.-Parece que los feligreses acuden tanto por el tañer de las campanas como por la hoja dominical que he repartido- pensó el curilla, – ¡pero este sacristán cierra las puertas muy rápido! ¿qué puedo hacer?
Llegó el verano y las fiestas del pueblo, y una noche de verbena el curilla vio al arisco sacristán sonriendo al lado de la orquesta en el baile. -Te veo muy contento. -Le espetó el curilla. -Es que me encanta la música. Contestó el sacristán.
– ¡Eureka! – Pensó, y al día siguiente se fue a la ciudad de compras. Antes de la siguiente misa el curilla subió al campanario y le dijo al sacristán. -Te he traído un regalo por todos los años de fiel servicio a la Iglesia.- Y le entregó un paquete con un ipod nuevecito. -He cargado un montón de canciones como las que te gustan.
El sacristán, emocionado, no esperó ni un segundo para ponerse los auriculares y comenzar a tocar las campanas al ritmo de la música, pero esta vez, distraído como estaba, no escuchaba los pasos de los feligreses, que despacio y en silencio llenaban banco tras banco de la iglesia.
-FIN-